jueves, 28 de abril de 2016

Nane

A mis abuelos maternos nunca les llamamos así, fueron el Tata y la Nane.
Mi Tata fue el mayor de una familia de seis, y desde muy pequeño se hizo cargo de sus padres y sus hermanos, conoció a mi Nane cuando ella tendría entre 16 y 18 años (es un dato que nunca nos quedó muy claro) y se casó con ella, a pesar de las objeciones de su madre.
Mi Nane, huérfana de madre desde muy pequeña, educada entre un montón de primos, huérfanos de madre también, por su abuela, interna en un colegio que todavía existe, incipiente estudiante universitaria, al casarse con mi Tata se convirtió en madre de cuatro hijos y madrina de una tropa compuesta por sobrinos y algunos otros chamacos que se fueron añadiendo con el paso del tiempo.
Después fue incorporando a la tropa catorce nietos, sus respectivas parejas, bisnietos y así llegó hasta los 102 años.
Yo crecí entre los años 60 y los 70, leyendo el Excélsior que recibía mi Tata, y que en aquéllos años dirigía Julio Scherer, aprendí a leer en la biblioteca de mi abuelo, quien supongo nunca se imaginó el tipo de lecturas que tenía a mi alcance... baste decir que sospecho que algunos volúmenes estarían en alguna lista de libros prohibidos, sin contar con que yo tenía menos de catorce años. No sé que tan contundente fue en mi formación el contacto con las profesoras de la escuela, o las dirigentes de las guías, quienes abiertamente exponían ideas sobre un movimiento feminista que en México apenas comenzaba a articularse... pero lo que recuerdo es que mis primeras lecciones de servicio a los demás y dignidad me las ofreció mi Nane... un día sencillamente, después de tremendo escándalo provocado por los celos de mi abuelo y después de un año de no dirigirse la palabra, mi abuela se marchó de la casa que compartían en común (y en la que mis padres y hermanos compartíamos con ellos, de la que salimos producto de este "problema") y se fue a vivir por su cuenta.
A la vuelta de los años, también me enseñó que no hay nada que con el tiempo no se reconcilie... y que nunca es demasiado tarde para ello... al final, ambos cerraron amorosamente su ciclo.
Industriosa, experta en la cocina, en la costura, en los primeros auxilios, pero particularmente en el apapacho, mi Nane siempre fue la falda detrás de la que corríamos a protegernos de los correctivos de mi mamá... y el apoyo, con más de 70 años, para cuidar a mis hijos cuando a mi madre le asustaba que su madre anciana tuviese capacidad de viajar a Tuxtla y quedarse con ellos mientras yo salía de viaje por algún motivo... el truco de cocina especial para reparar desastres culinarios... los vestidos a la menor provocación... y mucho más.
Estando ausente de Tuxtla, y mi hijo con el pendiente de participar en la escuela, Nane consiguió que se aprendiera el discurso o recitación que tenía que dar, gestionó el disfraz y ese día - propios y extraños, incluso el mismo Juanito, descubrió que tiene facultades para la oratoria... (aunque no sean propiamente lo suyo)... con mi hermana Carmen hizo lo propio... viajó un año a Memphis para acompañarla con sus dos bebés, quienes gozaron intensamente la presencia de una bisabuela con espíritu de niño.
Cada nieto puede contar su vivencia con Nane, en cada una - afirmo sin dudarlo - estará el sello del cariño y la dedicación que nos tuvo, no solo a nosotros, sino a todos quienes compartieron esa capacidad tan grande de multiplicarse, y multiplicar dones... soy parte de una familia inmensa, porque esa inmensidad la forjaron mis abuelos, se la enseñaron a sus hijos, y sumaron a hijos de otros en ello.
Me quedo de mi Nane con ese impulso que en momentos me ha permitido seguir, cuando de verdad dudo en mi capacidad para transformar circunstancias adversas o difíciles de superar. 
Hace ya algunos años, ella, quien alguna vez se matriculó en la Universidad esperando estudiar medicina, cuando difícilmente las mujeres lo hacían, me dijo en momentos en que francamente me encontraba dudando si terminaba o no el doctorado: "no permitas que nadie se interponga entre tú y tus sueños..."
Gracias Nane... por acompañarme como me acompañaste, por compartirme lo que me compartiste y por esa última chispa el sábado pasado, cuando te di un beso, me miraste como solo tú me mirabas y en tu boca se dibujó es palabra que a veces necesito para aligerarme la vida... "guapa"...

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