domingo, 15 de noviembre de 2015

Mañana de domingo

Mi hijo sabía que  no me iba a negar, cualquier pretexto que me saque de mi rancho y me devuelva al centro de la Ciudad de México es bueno, no importa que se trate de acompañarlo a hacer la tarea y que haya sido en pleno "Buen fin" el chiste fue regresar a los domingos en los que mi abuelo nos llevaba a desayunar al Centro y a caminar, caminar, caminar mostrándonos los rincones en los que pasó gran parte de su vida, hasta que se llevó a su familia a vivir en aquélla colonia, tan cerca del centro de Coyoacán... lugares en donde el simple hecho de pasearme por allí me regresan por momentos a tener cero preocupaciones, cero problemas... disfrutar simplemente del paseo y maravillarme de la terquedad chilanga, que insiste en tomar las calles a pesar de que la Ciudad privilegia la circulación de automóviles.
Pero los domingos son de los peatones, de los maratonistas de "Star Wars", de los automovilistas que vamos al centro y tenemos que dar más y más vueltas para encontrar un modo de acceder a calles que están completamente tomadas por patinadores, ciclistas y corredores.
Hay que maravillarse cómo la gente se reapropia del espacio, y al parecer lo hace con cierto orden ... esto me hace sentir muy bien y me llena de entusiasmo ... tanto que mi acompañante ya sabe a lo que se atiene... caminar, caminar, caminar, escuchar, entrar a una que otra exposición, seguir caminando hasta que lo que no buscábamos nos encuentre, nos sorprenda, como - por ejemplo - la exposición en el Palacio de Iturbide, de Javier Marín, que convierte al barro y la cerámica en algo que toca el corazón... o la constatación de que Don Chava Flores tenía razón... y que un hormiguero en efecto "no tiene tanto animal"... ni tal diversidad de sujetos de la misma especie... o que la Catrina sigue allí con la certeza de que será la única con quien llegaremos a la cita puntualmente y cuando nos toque...
 
 


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